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REPORTAJE: ISLANDIA
La buena vida
JOHN CARLIN 06/04/2008
Aislamiento. Frío. Naturaleza hostil. Los islandeses han hecho frente a sus problemas.
Hoy son los seres humanos más felices, y su país, el lugar donde mejor se vive del mundo. Ellos mismos explican por qué.
El índice de natalidad más elevado de Europa + la mayor tasa de divorcios + el mayor porcentaje de mujeres que trabajan fuera de casa = el mejor país del mundo para vivir.
Hay algo que tiene que estar mal en esta ecuación.
Si se unen esos tres factores –montones de hijos, hogares rotos, madres ausentes–, el resultado tiene que ser la receta para la miseria y el caos social. Pues no. Islandia, el bloque de lava subártico al que se refieren estas estadísticas, encabeza las últimas clasificaciones del Índice de Desarrollo Humano del PNUD, lo cual significa que, como sociedad y como economía –en relación con la riqueza, la sanidad y la educación–, es el mejor lugar del mundo. (......)
Oddny Sturludóttir, una mujer de 31 años con dos hijos, me contó que tenía una buena amiga de 25 con 3 hijos de un hombre que acababa de abandonarla. “Pero no tiene ninguna sensación de crisis”, dijo Oddny.
“Está preparándose para seguir adelante con su vida y su carrera con una actitud perfectamente optimista”.
La respuesta a la pregunta de por qué la amiga no piensa que sea una crisis lo que cualquier mujer de cualquier parte del mundo occidental consideraría una catástrofe ayuda a explicar por qué los 313.000 habitantes de Islandia son tan sensatos, alegres y triunfadores.(.....)
Pero ninguna de estas cosas sería posible sin la sólida seguridad en sí mismos que define a los islandeses, y que, a su vez, nace de una sociedad que está culturalmente orientada –como prioridad absoluta– a educar niños sanos y felices, con todos los padres y madres que sea.
En gran parte es herencia de sus antepasados vikingos, cuyos hombres se dedicaban sin reparos a saquear y violar, pero, al menos, tenían la coherencia moral de no mostrarse celosos por las aventuras de sus esposas, unas mujeres que se encargaban de alimentar a la familia en la dureza de tundra de esta isla del Atlántico norte mientras los maridos se iban de exploraciones por el mundo durante años.
Como me explicó una abuela con varios nietos en mi primera visita a Islandia, hace dos años, “los vikingos se iban a otros países, y las mujeres eran las que mandaban y tenían hijos con los esclavos, y cuando los vikingos regresaban, los aceptaban con un espíritu de cuantos más, mejor”.
“Las familias hechas de retazos son una tradición aquí”, explica Oddny, que no ha ido a trabajar y está en casa esta mañana de jueves para cuidar de su hija pequeña, a la que le duele el oído.
“Es normal que las mujeres tengan hijos con más de un hombre. Pero todos son familia”.
El caso de Oddny no es nada atípico. Cuando llega el cumpleaños de un niño no sólo acuden a la fiesta las distintas parejas de padres, sino también todos los abuelos, y flotas enteras de tíos y tías.
Islandia,es un país en gran parte pagano, como les gusta decir a los nativos, sin la carga de los tabúes que tanta inquietud generan en otros lugares. Eso significa que son personas prácticas y que van al grano. Y eso significa, a su vez, montones de divorcios. “No es algo de lo que estar orgullosos”, dice Oddny, con una sonrisa, “pero el caso es que los islandeses no se aferran a relaciones que van mal. Se van”.
Y el motivo por el que pueden hacerlo es que la sociedad, empezando por los padres, no les estigmatiza. El incentivo de “permanecer juntos por los niños” no existe. Los niños van a estar estupendamente porque toda la familia se unirá a su alrededor, y lo más probable es que los padres sigan teniendo una relación civilizada, basada en la decisión, normalmente automática, de que la custodia de los hijos va a ser compartida.
La comodidad de saber que, pase lo que pase, el futuro de los hijos está asegurado,persisten en la vieja costumbre de tener hijos cuando son muy jóvenes. “No estoy hablando de embarazos no deseados de adolescentes, que quede claro”, dice Oddny, “sino de mujeres de 21 o 22 años que desean tener hijos, muchas veces cuando todavía están en la universidad”.
Nos parece muy saludable tener muchos niños. Todos los bebés son bienvenidos”.
Sobre todo porque, cuando una persona está trabajando, el Estado le da nueve meses de permiso por hijos remunerado, que pueden repartirse entre el padre y la madre como les parezca.
“El permiso de paternidad marcó el punto de inflexión para la igualdad de la mujer en este país”.
Con la maravillosa educación pública que ofrece Islandia, y que empieza por las guarderías de jornada completa, hasta tal punto que las escuelas privadas son prácticamente inexistentes.
“El 99% de los niños, tanto si sus padres son fontaneros como multimillonarios, acuden al sistema estatal”, dice Svafa.
“No sólo hay que ser duro, sino imaginativo, para sobrevivir aquí”, dice Svafa. “Si uno no usa la imaginación está acabado; si se queda quieto, se muere”.
Como demostraron los vikingos, parte de esa imaginación consiste en salir al mundo.
Y al mismo tiempo ofrecen, además de una educación gratuita de primera categoría, una sanidad de primera categoría, hasta el punto de que la medicina privada en Islandia se reduce sobre todo a servicios de lujo como la cirugía estética.
El éxito especialmente espectacular de Islandia procede de esa capacidad de trabajo de la que Dagur es un ejemplo, además de la necesidad de ser creativos de la que hablaba Svafa, más una fe típicamente estadounidense en que las grandes ideas se pueden hacer realidad.
Le encanta la civilizada generosidad del Estado islandés, pero trabaja para alcanzar sus objetivos con un optimismo incansable.
“La filosofía en la que se basa todo lo que hacemos”, dice Asgeir, “es que debemos estimular a los niños con unos fundamentos educativos amplios, enseñarles en un ambiente cálido y creativo en el que se respeta a todo el mundo por igual. Todos son iguales”.
En general, todos los profesores tienen la oportunidad de tomarse un año sabático, completamente remunerado, para estudiar un tema de su elección.
La sensación de que, independientemente de que el padre viva en el mismo hogar o la madre esté fuera trabajando, los niños pertenecen y se consideran pertenecientes a la familia en sentido amplio, la aldea. A Svafa le gustó la idea. “¡Sí!”, respondió la ejecutiva. “¡También somos africanos!”.
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