1.- Divorcio, hijos, y falso feminismo
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Jueves 01 de mayo de 2008
MANUEL MOLINA DOMÍNGUEZ
"El grado de libertad de una sociedad es proporcional a la libertad de que, en ella, disfruten las mujeres", afirmó hace aproximadamente tres siglos -con una visión absolutamente moderna de la Justicia- un hombre ilustrado llamado Montesquieu.
Y, desde entonces, muchas han sido las mujeres que han entregado su vida -a veces literalmente- por esa libertad:
1.- como las trabajadoras textiles de Nueva York muertas hace ahora cien años luchando por sus derechos laborales;
2.- las sufragistas de principios del pasado siglo detenidas por reclamar algo tan elemental como el derecho al voto para la mujer; o
3.- las que hoy día siguen arriesgando su integridad física, luchando en países fundamentalistas contra la tiranía del burka o la salvaje ablación sexual de las niñas.
Por ello, resulta curioso ver como aquí, en España, la credibilidad y el respeto herencia de las feministas que durante décadas han luchado con una valentía encomiable por la dignidad e igualdad de las mujeres, están siendo actualmente dilapidados sin ningún rubor por ciertos grupos pseudo-feministas de presión.
Muchos hombres de las actuales generaciones, que han crecido en el respeto a la igualdad de ambos géneros -y han defendido y contribuido con convicción a dicha equidad en los ámbitos profesional, doméstico, y de coparticipación en la crianza y educación de los hijos-, contemplan ahora perplejos como algunos lobbies, que actúan falsamente bajo las banderas del feminismo histórico, defienden que, tras las separaciones y divorcios, únicamente las mujeres puedan hacerse cargo de la guarda y custodia de los menores; relegando al padre (valiéndose de una arcaica inercia social) al mero papel de "pariente cercano", limitado a estar presente en la vida de sus hijos durante algunas horas entre semana y -con mucha suerte- 6 noches al mes.
Grupos de presión que, sin ir más lejos, en nuestro propio país fueron capaces de abortar uno de los proyectos estrella del incipiente gobierno socialista en la anterior legislatura.
Me refiero a la inicialmente esperanzadora Ley del Divorcio de 2005, cuyo texto legal (en la línea de legislaciones estatales como la de Francia -promovida en 2002 por la anterior ministra de Familia e Infancia, Ségolène Royal, mediante la "Loi sur l´Autorité Parentale"-; o autonómicas, como el nuevo proyecto de Código de Familia de Cataluña) preveía el establecimiento de la Guarda y Custodia compartida como medida ordinaria, en beneficio de los hijos y en defensa de la verdadera igualdad entre hombres y mujeres.
Proyecto, neutralizado antes de nacer por las modificaciones de última hora introducidas por dichas presiones, que lo "descafeinaron" de tal modo que perdió toda efectividad, dejando en la práctica en manos de una parte (la mujer) la decisión de permitir, o no, a la otra (el hombre), participar en igualdad de condiciones en la crianza de los hijos comunes.
Sospechosamente incoherente.
Como si esos grupos -mal llamados feministas- quisieran perpetuar e instrumentalizar la "posesión" de los hijos, a modo de auténticos "rehenes emocionales", como medida de presión contra el otro progenitor.
Y lo grave es que esa instrumentalización emocional causa siempre daños a los menores (se llame -en los casos más graves- "Síndrome de Alienación Parental", o -en los más comunes- simple "utilización" de los hijos por un ex-cónyuge para chantajear o presionar al otro).
"Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo", dijo Arquímedes hace más de dos mil años. "Dadme un niño querido por su padre y haremos ´bailar´ a éste", parece pensar -fría y calculadoramente- el falso feminismo en nuestra sociedad actual.
Afortunadamente, ni todas, ni la mayoría de las mujeres piensan y actúan de ese modo.
Muy al contrario, especialmente las que entienden el feminismo como la lucha por la igualdad -y no "por el poder"- apoyan la custodia compartida como medida ordinaria (y no sólo excepcional) en los procesos de separación y divorcio.
En tal sentido, mujeres honestas y valientes como la magistrada María Sanahuja (ex juez decana de Barcelona), o Àssun Pérez Aicart (Coordinadora de la Plataforma Feminista por la Custodia Compartida), han denunciado en los medios de comunicación la extraña actitud del feminismo mal entendido en relación a este asunto.
Suyas son, palabras tan esclarecedoras como las siguientes:
"Flaco favor se nos hace si seguimos concibiendo la crianza como un territorio preferentemente femenino por naturaleza. Si no facilitamos desde las instituciones la incorporación de los varones a las funciones tradicionalmente femeninas, ¿qué política de género estamos haciendo? (?) Se hace necesaria una regla fuerte favorable a la custodia compartida".
Es decir, una Ley -y su aplicación efectiva- que favorezca el derecho de los menores a las relaciones familiares igualitarias con respecto a ambos progenitores.
Una Ley que garantice la libertad de todas las personas -hombres y mujeres- a participar en la crianza y educación de sus hijos: derecho/deber, al que nadie -padre o madre- tiene por qué renunciar, ni del que ningún hijo tiene por qué ser excluido.
Por tanto, ¿Hasta cuándo se mantendrá esa consideración -simplista y retrógrada- de la mujer como sujeto diseñado para dicha crianza?
¿Hasta cuando tendrá el hombre que seguir renunciando a ejercer como padre en igualdad de condiciones que su ex pareja?
Y, sobre todo, ¿Hasta cuando seguirán esos niños y niñas viéndose privados del derecho -fundamental- a disfrutar en sus vidas de la presencia paterna, cuando ese padre se muestra dispuesto a seguir participando de forma equitativa en su cuidado y coeducación?
Manuel Molina Domínguez
abogado.
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